Según el sociólogo norteamericano del siglo XX Philip Rieff, las culturas sobreviven solamente por la fuerza de sus instituciones y esta fuerza se mide por su capacidad para ayudar a los hombres a tomar decisiones de manera natural y espontánea. Venía a explicar el concepto de sociedad terapéutica, caracterizada por individuos proclives a la estandarización, que viven en la globalización y cuyos patrones de comportamiento deben ser cuasi homogéneos. Y ahí está quien se sale de la plantilla.
Y en esta sociedad acolchada -donde la prole del primer mundo crece y se cría de forma artificial en un mundo ideal, casi sin riesgos, a partir de una programación de su vida- está esa paternidad que aleja el aprendizaje real. Los niños y niñas no aprenden a relacionarse, a equivocarse, a tener autonomía progresiva como personas, a desarrollar recursos y habilidades propias, a gestionar sus acciones porque se les dificulta el contacto real con la vida: con las frustraciones, con los enfrentamientos con sus iguales -sus pares-, al aprendizaje real.
Lo explica con mucha certeza Gregorio Luri, los padres y madres se han hiperresponsabilizado, se han olvidado de dejarles vivir en este mundo para crearles un mundo propio teniendo acceso a aplicaciones para niños cada vez a más temprana edad,
La sociedad terapéutica
En cierto modo, tiene lógica porque la elección de tener hijos es cada vez más escogida y menos abundante. En muchos casos, los chavales se desarrollan como proyectos y no como personas. Son muy deportistas, muy estudiosos, muy irresponsables, muy mimados, muy protegidos, muy asociales o muy algo. Los padres de antes asumían sus decisiones y las llevaban asta el final; en la actualidad no, se duda de todo y se recurre a ayuda externa: terapeutas, psicólogos, los recursos terapéuticos. Se hace un problema de muchas cosas.
En este sentido, Luri, haciendo referencia a esta sociedad neurotizada, se reafirma en que los ámbitos de autonomía de la infancia parece que han desaparecido. El progreso ha hecho del niño un dependiente total de su padre.
Un gran número de niños y jóvenes han viajado con sus progenitores por muchas ciudades del mundo, al albur de una buena situación económica, pero poco conocen de sus lugares de origen o se mueven con dificultad por sus propias ciudades como protoindividuos. Se les ha volcado en un proceso educativo programado y no en un aprendizaje real, el de la vida.
Aprender, aunque resulta algo innato y necesario para el desarrollo, no deja de ser es un acto voluntario, un acto de atrevimiento. En la infancia esto se lleva a cabo de manera automatizada y sistemática, sin embargo cuando llegamos a la edad adulta, la acumulación de conocimientos y experiencias hacen que el acto de aprender sea algo elegido, escogido y, a ratos, meditado. Por el simple hecho de vivir no maduramos, no nos desarrollamos o no crecemos desde el punto de vista evolutivo. Crecer y madurar es el resultado y la consecuencia de haber aprendido, de haber llevado a cabo ese acto conciente de experimentar y extraer conocimientos y resultados de lo vivido para así aplicarlo a futuras experiencias. Por todo ello, permitir que en la infancia los niños experiementen todo lo que necesiten aprender para desarrollarse, crecer y madurar es tan o más importante que procurarles alimento y cobijo. Y es responsabilidad del adulto educador colocarse en el rol de facilitador de estos aprendizajes, ofreciéndole los recursos necesarios y los límites oportunos, desde la responsabilidad y no desde el control. Se trata de educar a niños que se enfrenten al mundo con la ayuda y el apoyo de sus padres y cuidadores, desde la responsabilidad y la supervisión, y no desde el control y la vigilancia excesiva.
Muchas gracias por tu comentario. Aprender siempre es evolucionar.